Prejuicios sociales hacia la buena atención y servicio al cliente
Los prejuicios sociales influyen de una u otra manera en las actitudes que asumen las personas que brindan atención y servicio al cliente.
Unas veces esos prejuicios se manifiestan en forma de resistencia, pero en otras oportunidades funcionan como un chantaje.
En los dos casos, el impacto es el mismo: obstaculizan la búsqueda de excelencia personal y la proactividad profesional.
Creo que a muchas personas le cuesta comprender por qué alguien puede dar lo mejor de sí mismo al atender a otra persona, simplemente porque decidió hacerlo, y porque encuentra plenitud en el proceso.
Hay tanta mala atención al cliente en tantos lugares que cuando recibimos buena atención nos sorprende.
Inclusive, llegamos a sospechar de la honestidad de la misma. «Si me tratas demasiado bien debe ser porque tienes algún interés de dudosa legitimidad», piensan muchos incrédulos o desconfiados.
Pero su recelo es comprensible: no reciben atención con excelencia casi nunca.
Una de las consecuencias de los prejuicios como el anterior es que las personas que deben dar atención y servicio, tienden a inhibirse de tener más iniciativa.
No quieren correr el riesgo de que un cliente sospeche de su honestidad o sinceridad. Así terminan tratando a sus clientes con indiferencia y hasta aspereza.
También hay quienes saben que, gracias a otros prejuicios, en ciertos momentos sus actos pueden ser malinterpretados.
Por ejemplo, las personas que tienen mucha más proactividad personal que el promedio, brindando atención con excelencia artística, en muchos casos son juzgados como aduladores (por decirlo decentemente).
Este prejuicio tiene un efecto de chantaje en las damas, especialmente las damas profesionales más jóvenes.
No pocas deciden limitarse en ser muy amables en la atención de caballeros, para no correr el riesgo de que su conducta sea mal interpretadas por los varones.
En el otro extremo, también tenemos importantes distorsiones sobre lo que significa la atención al cliente con excelencia profesional.
Por ejemplo, algunos confunden la idea de dar buena atención con el acto de ser muy cariñosos o melosos. Creen que usando expresiones «afectuosas» o supuestamente «empáticas», automáticamente se conectan positivamente con todos los clientes y se hacen merecedores de su confianza.
Otros parten de un principio contrario. Quizás por poca autoestima, o simplemente por tener una personalidad más introvertida, piensan que no pueden brindar buena atención al cliente porque no son muy «espontáneos», «carismáticos» o «locuaces».
Muchos de ellos se privan de atender excelentemente bien, porque consideran que se trata de un trabajo servil, o de sirvientes.
En muchas ocasiones he oido a gente diciendo cosas así: «¿Te imaginas?… Después de estudiar tanto en la Universidad, a mi me parece que que servir a clientes es como rebajarme profesionalmente o bajar de nivel».
La atención profesional de los clientes no se define con la personalidad de quien la proporciona, sino con la visión que tienen de la misma y su propósito. Es decir, no hacen falta lisonjas para dar atención y servicio con un nivel artístico.
Brindar buena atención y servicio supone una actitud completamente distinta a la de ser servil. El que atiende con servilismo no tiene conciencia del objetivo esencial y la trascendencia de su trabajo.
Servir a las personas con plenitud, de manera espléndida, no nos hace sirvientes sino profesionales extraordinarios y nos convierte en mejores personas.
La gente que sabe atender a los clientes con actitud artística sabe también lo que ganan como personas a través de cada acto de buena atención.
¿Qué otros prejuicios sociales hacia la buena atención de los clientes conoces?
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No hay que olvidar que una queja puede ser la mejor oportunidad de conseguir clientes fieles, si se sabe atenderla correctamente.